Trama

Trama.

A Ossip Gregorovius la palabra “trama” siempre le había resultado curiosa. Era una de esas palabras con doble fondo que nunca significaban lo mismo dos veces seguidas, como una de las muchas hijas de sus siete tías maternas, a las que nunca sabía bien adjudicarles la filiación correcta.

Ossip podría ser un tipo orondo de digestiones pesadas, pero la mayoría de las veces se sentía flotar como el humo de una narguile con tabaco de manzana y canela o adormecerse entre pensamientos que poco a poco se perdían en recuerdos de olores y soles que le caían a plomo desde la infancia de aquella pequeña aldea de Transilvania desde la que su familia gobernaba ovejas y tierras. Como bien explicaba su autor, Ossip no se podía resistir a inventar el linaje y contar historias estrambóticas sobre su madre, condesa utópica de estrafalarios vuelos y sucesos, amable artilugio de un pasado que nunca había aprendido a trazar la línea entre lo cierto y lo falso.

Trama, una palabra con doble fondo. A Ossip enseguida se le vienen los hilos y la tela de araña, una crisálida estallando en una baba de caracol, la oreja de la joven virgen resoplada por el aliento maloliente de la vieja alcahueta que con su dedo hila el destino de dos jóvenes en el cuadro de Gerard van Honthorst. A Ossip siempre le ha gustado cambiar las letras de las palabras para que signifiquen otra cosa: trama, trema, trima, troma, truma. Nada, solo trama. Pero sí tramo, como un camino; pero sí trame, en la conjugación recostada que es el subjuntivo. Y también toma, y tema, y tima. Y tima.

Ossip sufre una enfermedad incurable. Es incapaz de distinguir los porqués de los porques. Cuando una pregunta le llega a la mente no puede parar de dar respuestas, una detrás de otra, sin orden ni descanso, tan contradictorias y dispersas de la cuestión primera que invariablemente Ossip cae en un estado de agotamiento y depresión que le deja postergado frente al escaparate más insospechado, ya sea el ojo de buey de una lavadora en marcha o el agudo vértigo del vano de una ventana. Ni que decir tiene que no se pueden pronunciar en su presencia las palabras huevo o gallina.

Un día le contaron la historia de un cuadro. Era un simple cuento en una tarde bochornosa frente a un carajillo en el café Malvarrosa. Había pins e ilusiones de que los tiempos nunca morían entre espacios, banderas rojas y canciones de Raimon, habían tardes sin horas y la película Tess de Polansky. El cuadro podría ser mágico o quizá no, pero Ossip empezó con su retahila de preguntas sobre preguntas y un día, muchos años después, se encontró escribiendo con un bolígrafo verde en una libreta la palabra trama.

 

Ilustraciones:

Imagen utilizada: La Alcahueta, de Gerri Van Hohthorts.

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