Mapas

Mapas.

“Cuando era chico tenía una atracción especial por los mapas, por los nombres de las ciudades. Me pasaba horas recorriendo el mundo en un mapa, hacía viajes imaginarios en los que conocía a gente, luego se me quedaban los nombres de esos lugares dando vueltas en la cabeza durante días. A veces los escribía en una libreta: Sebastopol, no paraba de escribir Sebastopol hasta llenar la hoja entera. Otras veces escribía un nombre como Marsella o Heraklion, y a continuación me inventaba una historia en la que la o el protagonista se llamaban de esta forma.

De pronto, un día se me ocurrió consultar estos nombres, estos lugares, en la Espasa de mi padre. Comencé a acumular información sobre ellos y fue como si el encanto se diluyera, ya no podía inventarme ninguna historia sobre ellos. El encanto de leer un nombre por primera vez se va perdiendo poco a poco cuando ese nombre se va vistiendo con datos. Recuerdo que para mí fue sorprendente encontrar el nombre de Espronceda, un nombre fuerte y a la vez noble en el que se vislumbra una importante ternura al discurrir de sus letras, un nombre que es como un camino soleado atravesando un tupido bosque. Luego a ese nombre le puse un hombre, una historia, unos actos, y el camino dejó de ser camino, el bosque dejó de ser bosque…”

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