Finales cerrados

Finales cerrados

Muchas tardes Ossip se acerca a la terraza del lago y allí empieza a escribir en su moleskine así como escribe él, sin puntos ni comas, sin parar, sin casi pensar.

Hoy recuerda que una vez hablaron del principio de incertidumbre, hablaron sin saberse ellos (otra culpa más de él), disimulando la distancia de la suplantación, disimulando la certidumbre de toda esa incertidumbre. Quizá hablaban de literatura, Ossip ya no lo puede recordar, y de pronto se juntaron el efecto mariposa y el principio ese que más parece un final abierto (de eso hablaban, de eso, de finales abiertos y finales cerrados, pero él no podía ser ya él y ella era tan ella, tan de siempre acomodando las palabras entre sus labios).

Todo lo malo parecía haber pasado ya y una tarde ella le abrió de nuevo la vida en una esquina, con un paraguas y su sonrisa de dejarte entrar en su casa. Y de repente ya estaban otra vez tomando cafés, conversando, espiándose las miradas (sus ojos, sus ojos) y Ossip empezó de nuevo a soñar despierto sus dos nombres, sus mil recovecos. Vinieron nuevas charlas sobre best-sellers y más finales sin celofán y una noche en el concierto de Ismael, imposible competir con él.

Aquella noche llovía a cántaros, que decía la canción, aunque no tuviera porqué. Ella estaba tan preciosa y él tan nervioso que no sabía qué decir que no lo dijera Ismael mil veces mejor. Luego todo fue a peor otra vez. La distancia sin explicación, la incertidumbre de una pena que se sabía culpable. No más palabras, ellos que tantas se habían dado.

Ella tiene esas cosas, de pronto aparece de la nada y por un escaso tiempo todo parece volver a brillar. Hace apenas un año le escribió unas notas y estuvieron intercambiándose mensajes durante unos días. Los libros, que tanto les habían unido, tuvieron ahora su incierto papel. Ossip nunca pudo sospechar que la simple recomendación de una lectura pudiera tener tales consecuencias. El bloqueo volvió tan fugaz como se había ido.

Ahora Ossip se la cruza de vez en cuando y aunque se saludan en la distancia, la percibe tan incómoda con el encuentro que quisiera poder borrarse allí mismo, no sentir el pudor de ser él delante de ella sintiéndola tan mal. Ossip. Ossip, queriendo cantar despacio la canción de Ismael, perdido en la condena aunque la siga queriendo tan bien, tan a cambio de nada. Muchas veces piensa en el azar del próximo encuentro, quizá en un ascensor como aquel. Sería tan grande poder volver a hablar como entonces. Se repìte las palabras como una cantinela, quiere creer que si se pudiera explicar ella lo comprendería, o por lo menos perdería esa prevención que tiene hacia él, pero la tarea es tan imposible que sólo le salen muecas.

Ossip sigue escribiendo junto al lago. Inventa diálogos imposibles ya entre ella y él, sonrisas, aquella forma que tenía de mirarle cuando bajaban a aquella otra terraza del río. A Ossip le encantaría poderle contar que por fin ha terminado su novela, aquella novela imposible en la que ella vive entre líneas con su mirada tricolor. Le gusta imaginar su sonrisa sincera, su tranquilidad como entonces, pero a las tres líneas el efecto mariposa de lo que hizo se planta a cuatro patas en su moleskine hasta que le emborrona cada renglón.

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