La escena del crimen
La escena del crimen.
Mujer de unos 35 años de edad, que apareció muerta en la cocina de su domicilio habitual. En la primera inspección ocular del cadáver se aprecian livideces en el plano anterior del cuerpo, de color rosado intenso, una gran mancha verde de localización torácicoabdominal, una comprobada frialdad cadavérica, inyección conjuntival, y abundante espuma rosada en los orificios respiratorios. Se encuentra una total ausencia de rigidez cadavérica.
Dicen que no es correcto utilizar la expresión “escena del crimen” porque eso ya presupone que se ha cometido un delito, algo muy aventurado de mantener antes de que se haya llevado a cabo el minucioso protocolo prescrito para los casos en los que se ha hallado un cuerpo humano con apariencia de ser ya cadáver.
Sin embargo a Ossip no se le va de la cabeza la maldita frasecita y a cada poco le da al retroceso para borrarla de la pantalla de su ordenador. Y una cosa le lleva a la otra y piensa en ese cuerpo hinchado, como de muñeca sucia, en esos labios blancos como el cierre de un sobre, pegados a una muerte que poco a poco deja de ser muerte para no ser nada, sólo putrefacción y recuerdos de toco mocho que no aguantan ya a retener nada más que líquidos sin lágrimas.
También dicen que el hecho es una expresión material de la conducta humana, que se realiza en algo constatable, que no tiene que ser necesariamente perdurable. Entonces, pensó Ossip, esta cocina antigua, con suelos hidráulicos y azulejos en las paredes decorados con motivos agrícolas (el arado, la mies, la parra, el pozo, el rastrillo y unos tomates y unas cebollas y unos limones), con un horno con la puerta abierta y sus mandos abiertos y todo ese olor a gas y las ventanas abiertas y un delantal colgado de un gancho tras la puerta y la nevera llena de imanes con recuerdos de ciudades remotas y todavía una hoja de papel apresada entre dos de ellos con la lista de la compra: pan, vino, cerveza, ajos, fiambre y leche desnatada y arreglo para paella o cocido o guisado. El lugar de los hechos. La escena de los hechos.
Hay dos reglas básicas para estudiar la escena de los hechos:
a) No puede haber ideas preconcebidas.
b) El observador no puede apresurarse.
Luego, ya en la autopsia, se observaron con detenimiento la presencia de las livideces de color rojo cereza y la coloración rosada de piel y mucosas. Tras la incisión cutánea y la apertura de las cavidades torácica y abdominal, se observó la manifiesta coloración acarminada de las estructuras musculares torácicas y de la pared abdominal, del mismo modo se observó el fuerte color sonrosado de la sangre y su gran fluidez, libre de coágulos. Examinados los pulmones, se percibió un edema pulmonar junto a pequeñas áreas de hemorragia presentando acúmulos. El pulmón izquierdo pesaba 388 gramos y el derecho 584 gramos.
Y decían, hicieron película sobre eso, que el alma pesaba 21 gramos. ¿Cuánto pesará el alma de mis 140 kilos de mollas y mollas desparramadas?, se regodeó Ossip mientras daba un trago infinito al morro de su botella de tinto de verano.
La apertura del esqueleto laríngeo permitió comprobar la existencia de espuma traqueo bronquial, en continuidad con la existente en la cavidad bucal, la tráquea y los bronquios principales.
Tras la apertura de la cavidad craneal se extrajo el cerebro y el cerebelo, los cuales pesaron 1.038 y 148 gramos, respectivamente. La parte externa del encéfalo presentaba intensa congestión meníngea, en el interior se resaltaba una amplia congestión de los vasos sanguíneos.
Las muestras de sangre fueron remitidas al Instituto Nacional de Toxicología. El análisis concluyó que la muerte fue producida por una intoxicación por monóxido de carbono (84.07% de carboxihemoglobina; 0.15 gramos/litro de alcohol).
En el levantamiento de un cadáver, y si hay indicios de hecho delictivo, pueden intervenir diversas personas: juez, policías de protección del lugar, policías investigadores, médico legal forense, técnicos planimestristas, balísticos, de huellas, fotógrafo, técnicos de laboratorio, de archivo, etc.
También suele aparecer algún periodista, previamente avisado por algún amigo en la policía o porque tiene un buen escáner de la frecuencia de radio de la misma.
La escena de los hechos (también podemos llamarla “El lugar de la muerte”) se debe explorar siguiendo estas cuatro fases básicas:
1. Observar.
2. Registrar.
3. Fotografiar.
4. No alterar la escena.
Una vez el equipo en la escena de los hechos, el primero en pasar deberá ser el médico, quien, siempre sin alterar la escena, constatará que realmente se trata de un cadáver. Si el cuerpo tiene el menor hálito de vida se deberá interrumpir el protocolo de inmediato y prestarle la atención médica necesaria a la de nuevo persona. Si el médico decide que hay signos de muerte o fenómenos cadavéricos en el cuerpo, se continuará con el proceso.
Lo primero que debe hacerse, entonces, es el examen externo del cadáver y sus ropas, luego se inspecciona el lugar y sus alrededores y, por último, se recoge toda la información posible de las personas que encontraron el cuerpo, de familiares y amigos, de compañeros y vecinos.
Muy importante en el proceso es el material del que debemos disponer. Lo que a partir de ahora llamaremos “el maletín”.
El maletín debe ser de piel, mejor oscura que clara, mejor gastado que nuevo, mejor amplio que estrecho, mejor limpio que sucio. No está bien que sea de estilo bandolera, ni mucho menos se modernice en mochila. Debe ser un maletín sobrio y grave, para que guarde consonancia con el uso y trabajo al que se le dedica. Debe contener en la medida de lo posible papel (un bloc tamaño cuartilla de hoja blanca y cuadriculada servirá); lápiz de grafito del número 2, alpino; un esferográfico con la curvatura suficiente para que los radios no se escapen por ningún ángulo; perfiles esquemáticos de frente, lateral y posterior para que cualquier muerto encaje con su condición; dos termómetros con la consabida y distinta utilización de cada uno de ellos; un par de juegos de guantes de goma o una caja de guantes plásticos desechables y de cinco dedos cada uno; pinzas; tijeras; bisturí; una lupa; un termómetro medioambiental; bolsas de plástico para cubrir las manos, la cara y los miembros del cadáver; escobillones; frascos para muestras, sin utilizar y limpios, con tapa y completamente secos; una serie de láminas portaobjeto, limpias y desengrasadas; una serie de láminas cubreobjeto, autoadhesibles; jeringas desechables; una linterna; una cinta métrica; unas espátulas y unas pipetas; un frasco con gotero y cinta autoadhesiva. Todas esas cosas y cualquier otra deberá llevar el maletín.
La escena del crimen, se le vuelve a escapar a Ossip. La cara azul o amarillenta o sonriente como si fuera una muerta helada, congelada en un sueño del que nunca soñara despertar. ¿Cómo escribir la muerte? ¿cómo escribir la vida sin que se te escape palabra a palabra?
fuentes:
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PROF. DR. GUILLERMO MESA FIGUERAS.
-
DRA. MELIDA FRANCO PALLARES.
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Nuñez de Arco J. (2005) La Autopsia. Capitulo IX, Edición GTZ, La Paz Bolivia. p. 107-157
Todas esas cosas y cualquier otra deberá llevar el maletín.
No somos más que escenas y maletines. Nada más.
Sí amigo Leví. La ciencia dibuja el mundo a su imagen y semejanza, por eso todo aquello que pueda entrar en el maletín sin haber sido prefijado nos devolverá la esperanza de que la medida solo mide lo que mide la raya, de que más allá del sistema decimal siempre cabrá soñar con números primos que sepan mear fuera del tiesto. La muerte se intenta atrapar con una silueta rayada en el suelo, pero ella, lo que sea, se escapa de la vida con una sonora risa. Buscar las causas de la muerte en su mecanismo es poner palitroques en la playa, la marea los derriba sin pensar que la causa sea la luna llena.